Capítulo 1: El Proyecto ZARYA
Juan Pablo Palacios
11/21/20257 min read


Me llamo Mijaíl Alekséievich Baránov, doctor en física aplicada y, según documentos que nadie verá jamás, “especialista principal en dinámicas métricas no lineales”. Según mi madre, soy solo Misha, el que prometió volver a casa cuando “la Patria dejara de necesitarlo”. Llevo tres años sin verla.
El día que todo comenzó, no empezó con alarmas ni con explosiones. Empezó con el sonido seco de una carpeta cayendo sobre una mesa metálica y el olor a tabaco que trae la gente que no duerme.
Nos reunieron a las seis de la mañana en la sala de conferencias del Complejo-7, una instalación enterrada bajo roca gris a cuarenta kilómetros de Novosibirsk. Para llegar hay que cruzar dos controles militares, firmar una hoja donde juras que nunca estuviste aquí, y pasar por un pasillo donde las luces parpadean como si también tuvieran miedo.
Éramos nueve científicos, todos con cara de haber envejecido diez años desde la última vez que reímos. A mi lado estaba Lev Ílich Orlov, mi amigo desde la universidad. Lev no es de los que creen en milagros; es de los que los diseccionan cuando aparecen. Tenía su cuaderno bajo el brazo y un gesto de “esto es extraño”.
Frente a nosotros estaba el capitán del proyecto, Anatoli Serguéievich Sokolov, un hombre con voz suave y ojos fríos. Si un misil tuviera educación, sería Sokolov. Detrás de él, con el uniforme impecable y una cicatriz vieja cruzándole la ceja, el General Arkadi Petróvich Volkov observaba sin sentarse, como si las sillas fueran para civiles.
Sokolov no perdió tiempo.
—Compañeros —dijo—. Esto viene directamente del Primer Directorio. Información clasificada de nuestros activos en Norteamérica. No habrá copias. No habrá preguntas fuera de esta sala.
Abrió la carpeta. Sacó fotografías borrosas, diagramas robados a medias, transcripciones de conversaciones interceptadas. Todo olía a urgencia.
—Los estadounidenses han iniciado un proyecto ultra secreto. Nombre clave desconocido. Ubicación probable, una instalación subterránea al oeste de Nevada. Nivel de seguridad… extremo. Lo que sabemos es poco y, por eso, es peligroso.
Levantó una hoja donde apenas se distinguían líneas y números.
—Nuestros analistas creen que es uno de dos caminos: teletransportación estratégica o comunicación trans-temporal.
Hubo un silencio pequeño, pero pesado. Ese tipo de silencio que no es de ignorancia, sino incredulidad entrenada.
Teletransportación. La palabra suena a ciencia ficción barata, a revistas para niños. Pero Sokolov no leía comics. Si él estaba diciendo esa palabra, era porque alguien con sangre en las manos se la había puesto en la lengua.
—Para ser claros —continuó— hay indicios de que intentan generar un corredor de tránsito métrico. Un hueco controlado en la estructura espacio-temporal, por el cual un objeto puede entrar en un punto A y salir en un punto B sin recorrer el trayecto clásico. Un puente de Einstein-Rosen estabilizado. Distancias de kilómetros o miles de kilómetros, en minutos.
Vi a Lev apretar la mandíbula. Yo hice lo mismo.
El general Volkov habló por primera vez, con esa voz de cemento que solo puede aprenderse en la guerra.
—Si es cierto, nos quedamos atrás veinte años. Si no es cierto, están intentando distraernos. De cualquier manera, no podemos quedarnos quietos.
Sokolov asintió.
—Se ha autorizado la creación inmediata de un programa espejo. Nombre de trabajo: Proyecto ZARYA. Amanecer. A partir de hoy, ustedes no trabajan para sus institutos. Trabajan para esto. Y trabajan rápido.
ZARYA. Lo repetí mentalmente. Un amanecer que nace debajo de la tierra.
El capitán deslizó otra hoja hacia nosotros.
—Esta es la hipótesis inicial. La máquina propuesta será construida aquí mismo. Un prototipo de generación métrica al que llamaremos Resonador K-21, por razones obvias.
“Obvias” significa “no preguntes”.
Tomé el papel. Era un esquema de anillos toroidales, líneas de campo, cámaras selladas y un centro vacío marcado con tinta roja. No era un diseño detallado; era una intención.
Lev se inclinó hacia mí y susurró...
—Misha… esto es una locura.
No lo contradije. Pero tampoco le di la razón. A veces la locura es solo ciencia que todavía no tiene permiso.
Sokolov tomó una tiza y se acercó al pizarrón.
—Lo explicaré de forma simple —dijo, y cuando un militar dice “simple”, casi siempre significa lo contrario—. El problema central es crear una curvatura local extrema del espacio-tiempo sin permitir que colapse. Un agujero de gusano, si quieren llamarlo así, requiere dos cosas imposibles; energía inimaginable y densidad de energía negativa, lo que la literatura occidental llama materia exótica.
Levantó la tiza.
—Nosotros tenemos una alternativa teórica, exprimir el vacío cuántico.
Sentí un escalofrío de interés genuino.
—El vacío —continuó— no está vacío. Fluctúa. Aparece y desaparece energía en escalas diminutas. Si logramos polarizar esas fluctuaciones mediante un arreglo superconductivo de alta potencia, podemos inducir una región con presión de vacío negativa. Un efecto tipo Casimir… pero amplificado.
El pizarrón empezó a llenarse de símbolos. Curvaturas, tensores, términos de energía. No hacía falta entender cada línea para reconocer la ambición, estaban intentando convencer al universo de doblarse.
—El Resonador K-21 tendrá tres módulos principales —dijo:
Anillo Toroidal Superconductivo
Un aro enorme de niobio-titanio, enfriado a temperaturas criogénicas. Su propósito: generar campos electromagnéticos extremos y estables, creando una especie de “jaula” para la geometría local.Inyector de Haz de Partículas Pulsadas
Un acelerador compacto que disparará paquetes de protones ultrarrápidos hacia el centro. La idea es perturbar la métrica en una región precisa, como martillar el tejido del espacio-tiempo hasta que ceda.Cámara de Estabilización de Vacío
El corazón rojo del esquema. Una cavidad donde los campos del anillo y el haz se superponen para crear una zona de corte métrico. Si funciona, aparecerá un cuello temporal, es decir, el punto de entrada al corredor.
Sokolov se quedó callado un momento, como midiendo si debíamos o no saber lo siguiente. Luego lo dijo.
—La teoría indica que el corredor solo puede sostenerse si el gradiente de energía negativa supera cierto umbral. Eso significa que… —miró al general, y luego a nosotros— …la primera apertura durará segundos. Tal vez fracciones.
Un científico joven, al fondo, levantó la mano temblorosa.
—¿Y si colapsa? ¿Si… crea una singularidad?
Volkov respondió antes que Sokolov.
—Entonces colapsa aquí, no en Moscú. Y ustedes estarán a salvo… si trabajan bien.
No era un consuelo. Era una bala envuelta en protocolo.
Yo tragué saliva. Pensé en la palabra “singularidad” y en lo fácil que es escribirla. Pensé en lo difícil que es borrarla cuando aparece donde no debe.
Sokolov retomó.
—El objetivo de este primer trimestre es probar la formación de una micro-garganta. No transportaremos personas. No transportaremos equipo militar. Solo intentaremos pasar materia inerte; una esfera metálica, un sensor, cualquier cosa que demuestre que algo entró y salió.
Hizo una pausa, y su mirada se clavó en mí.
—Doctor Baránov, usted liderará el grupo teórico. El doctor Orlov estará a cargo de dinámica de campo y calibración del anillo. Tendrán apoyo de ingeniería del Ministerio de Energía. Y… —miró al general— …plazos estrictos.
Volkov dio un paso adelante.
—Escúchenme bien. Este proyecto no es académico. No estamos financiando curiosidad. Estamos financiando ventaja estratégica. Si Norteamérica está jugando con la geometría del mundo, nosotros jugaremos mejor. Y si es un engaño… lo descubriremos rápido.
—Los quiero trabajando hoy —terminó—. No mañana. Hoy.
La reunión acabó sin aplausos. Nadie se levantó con emoción. Solo con peso.
Cuando salimos al pasillo, Lev soltó aire como si hubiera estado aguantando la respiración desde que entramos.
—¿Te das cuenta de lo que nos pidieron? —dijo—. Están hablando de abrir un agujero en el universo como si abriéramos una puerta de metal.
—Lo sé.
—¿Y si los americanos no tienen nada? ¿Y si solo quieren que gastemos recursos?
Lo miré. Lev tenía razón en algo esencial, también se puede destruir un país haciéndolo perseguir sombras.
—Puede ser un juego psicológico —admití—. Pero no puedes permitirte asumir que lo es. Ese es el truco.
Caminamos hasta el laboratorio asignado a ZARYA. Era grande, vacío, recién preparado. En el centro habían pintado un círculo blanco sobre el suelo, donde más tarde se montaría el Resonador. Alrededor, mesas limpias, cables enrollados, un silencio expectante. Era como entrar a un teatro antes del estreno, sabiendo que la obra puede incendiar el edificio.
En una de las mesas había algo que no esperaba, una pequeña radio de onda corta, vieja, de esas que mi abuelo usaba para escuchar noticias cuando era niño. Alguien la había dejado ahí por error… o con intención. No sé. La encendí por curiosidad. Solo había estática.
La apagué y miré el círculo blanco otra vez. En mi cabeza, el agujero no era todavía un agujero, era una ecuación sin resolver. Pero detrás de la ecuación estaba la imagen de mi esposa, Irina, esperando una carta que no sé cuándo podré mandar. Estaba la imagen de mi hijo de seis años, Pável, que tal vez ya no recuerde mi voz.
El general había dicho “seguridad nacional”. Sokolov había dicho “amanecer”. Yo solo pensaba en volver.
Lev abrió su cuaderno.
—Bueno —dijo—. Si vamos a pretender que podemos doblar el espacio-tiempo, al menos hagámoslo con dignidad.
Me reí, apenas.
—Con dignidad soviética.
Nos sentamos. Empezamos a escribir.
La primera línea de mis apuntes fue honesta hasta doler:
“No sabemos si es posible. Pero sabemos que debemos intentarlo.”
Y mientras los ingenieros comenzaban a llegar con los contenedores sellados y piezas que parecían sacadas de un reactor, entendí algo que no dije en voz alta.
Si Norteamérica realmente estaba abriendo puertas, nosotros no solo estábamos compitiendo por llegar primero.
Estábamos compitiendo por no quedarnos atrapados en este lado de la realidad.
Aquella noche me quedé solo en el laboratorio, revisando cálculos a la luz de una lámpara. La estación eléctrica del complejo zumbaba como una bestia dormida. Afuera, la nieve caía sin hacer ruido.
Antes de irme, volví a mirar el círculo blanco en el suelo.
Por primera vez, lo vi no como un espacio vacío… sino como el lugar exacto donde algo podía mirarnos de vuelta si cometíamos un error.
No sé por qué pensé eso.
Tal vez por cansancio.
Tal vez por miedo.
O tal vez porque, incluso antes de construir el Resonador K-21, el universo ya había empezado a escucharnos.
Ahí terminó el primer día del Proyecto ZARYA.
Y en mi pecho, en lugar de orgullo, solo quedó una pregunta que me acompañó hasta el sueño:
¿Estamos a punto de abrir un camino… o una herida?
Fin del capítulo 1.
Nota del Autor:
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