Ed Gein, “El Carnicero de Plainfield”
En este artículo exploramos a profundidad los hechos sucitados en el poblado de Plainfield a finales de los 50, cuando Ed Gein, cometería crímenes que marcarían la historia criminal del muno para siempre.
CRIMEN
Juan Pablo Palacios
9/23/202512 min read


Edward Theodore "Ed" Gein (1906–1984) fue un asesino estadounidense y profanador de tumbas cuyas atrocidades conmocionaron a la sociedad en los años 50. Conocido como “el Carnicero de Plainfield” o “el Monstruo de Plainfield”, sus crímenes incluyeron asesinato y profanación de cadáveres, utilizando restos humanos para crear macabros objetos. La historia de Ed Gein abarca desde una infancia estricta bajo la influencia de una madre religiosa fanática, hasta un proceso judicial que abrió debate sobre la salud mental en el sistema penal estadounidense, e incluso inspiró a icónicos personajes del cine de terror. A continuación, se presenta una investigación profunda sobre su vida, crímenes, perfil psicológico y legado cultural.
Infancia y entorno familiar
Ed Gein nació el 27 de agosto de 1906 en el estado de Wisconsin, y se crió en una granja a las afueras del pueblo rural de Plainfield. Fue hijo de George Philip Gein, un padre alcohólico y distante, y Augusta Gein, una madre profundamente religiosa de fe luterana con ideas puritanas extremas. Augusta despreciaba a los hombres y consideraba a todas las mujeres (excepto ella misma) como seres moralmente corruptos, origen de pecado y perdición. Bajo esas creencias, impuso a Ed y a su hermano mayor, Henry, una crianza estricta y aislada del mundo exterior. Los niños tenían prohibido hacer amigos fuera del hogar y eran castigados con frecuencia, lo que contribuyó a que Ed desarrollara una personalidad tímida, asocial y completamente dependiente de su madre.
La influencia de Augusta fue absoluta durante la niñez de Ed. Según registros históricos, ella inculcó en sus hijos un temor obsesivo al “mundo pecador” y los mantuvo casi completamente aislados en la granja familiar. Aunque Ed asistía a la escuela local, tenía prohibido relacionarse con otros niños – Augusta solía leerles versículos bíblicos para justificar que todos fuera del hogar eran pecadores de los que debían alejarse. Este entorno represivo y claustrofóbico forjó en Ed un rechazo a la sociedad y reforzó su dependencia emocional hacia la figura materna, factores que más adelante contribuirían a sus trastornos psicológicos.
El padre de Ed murió en 1940 a los 66 años, un hecho que obligó a los dos hermanos Gein a buscar trabajos ocasionales para sostener la granja. Henry, el hermano mayor, comenzó entonces a cuestionar abiertamente las ideas religiosas y el dominio de Augusta, generando tensiones en la familia. En 1944, Henry falleció durante un incendio de matorrales en la propiedad, en circunstancias sospechosas: su cuerpo presentaba golpes en la cabeza cuando fue hallado, aunque oficialmente la causa de muerte se registró como asfixia por el humo. Un año después, en 1945, Augusta sufrió un derrame cerebral y murió tras meses enferma, dejando a Ed completamente solo en la aislada casa familiar. Devastado por la pérdida, Ed selló con llave la habitación de su madre, conservándola intacta y convertida en un santuario intocable de su memoria. Esta combinación de aislamiento extremo y adoración enfermiza hacia Augusta marcaría el quiebre definitivo en la estabilidad mental de Ed Gein.
Crímenes y descubrimiento
El 16 de noviembre de 1957, la tranquila comunidad de Plainfield se alarmó por la desaparición de Bernice Worden, la dueña de la ferretería local. Ed Gein, entonces de 51 años, resultó ser el último cliente registrado en la tienda de Worden aquel día, lo que levantó las primeras sospechas en su contra. Al día siguiente, 17 de noviembre, agentes del sheriff del condado obtuvieron una orden de registro y se dirigieron a inspeccionar la apartada granja de Gein en las afueras del pueblo, sin imaginar el horror que estaban a punto de descubrir.
Al entrar a la oscura y desordenada casa de Ed Gein, los investigadores se encontraron con una escena escalofriante. En el cobertizo de herramientas, colgado boca abajo de una viga, apareció el cadáver decapitado de Bernice Worden; el cuerpo había sido desollado y eviscerado desde el torso, como si se tratara de la carcasa de un animal de caza. Pero aquello era solo el comienzo. El interior de la vivienda estaba repleto de restos humanos transformados en grotescos objetos cotidianos, motivo por el que la prensa llamaría luego la “casa de los horrores” de Plainfield. Los agentes hallaron, entre otras cosas, los siguientes espeluznantes objetos confeccionados con partes de cuerpo humano:
Cráneos humanos (al menos diez) – algunos intactos y otros cortados transversalmente para usarse como cuencos o ceniceros.
Piel humana curtida – utilizada para fabricar pantallas de lámpara y para tapizar asientos de sillas.
Huesos y calaveras – varios cráneos adicionales decoraban los postes de la cama de Gein, y se hallaron platos de sopa hechos con la parte superior de cráneos humanos.
Prendas macabras – una máscara hecha con el rostro desollado de una mujer, así como varias prendas (por ejemplo, un chaleco) confeccionadas con piel femenina.
“Trofeos” aberrantes – un cinturón hecho de pezones humanos y una caja de zapatos que contenía nueve vulvas secas.
Vísceras y órganos – los órganos internos de Bernice Worden fueron encontrados guardados en la heladera de la cocina.
Todas estas evidencias fueron fotografiadas por la policía y posteriormente destruidas debido a su naturaleza profundamente perturbadora. La magnitud y morbosidad de los hallazgos sobrepasó cualquier caso conocido: los agentes literalmente habían destapado un catálogo de atrocidades inimaginables en la historia criminal de EE.UU.
Durante los interrogatorios, Ed Gein confesó con una escalofriante franqueza el origen de muchos de aquellos restos. Admitió que en los años posteriores a la muerte de su madre visitaba cementerios por las noches, desenterrando recientes cadáveres de mujeres de edad media que le recordaban físicamente a Augusta. Gein llevaba los cuerpos o partes de ellos a su casa en su camioneta Ford, donde curtía las pieles para confeccionar sus “posesiones” macabras. También reconoció haber asesinado a Mary Hogan, una tabernera local desaparecida misteriosamente en 1954, cuyo rostro fue efectivamente encontrado en la casa transformado en máscara humana. No hubo indicios de canibalismo: Gein negó haber consumido carne humana, y rechazó haber cometido necrofilia, explicando que nunca tuvo contacto sexual con los cadáveres porque “olían muy mal”.
Proceso judicial y destino final
El arresto de Ed Gein e inmediata difusión de sus crímenes causó indignación y horror en la opinión pública estadounidense a finales de 1957. Tras su detención, Gein fue declarado mentalmente incompetente para enfrentar un juicio: los médicos concluyeron que no estaba en condiciones de comparecer ante la corte debido a su estado psicótico inestable. En lugar de un proceso penal ordinario, fue internado por tiempo indefinido en el Hospital Central Estatal de Waupun (Wisconsin), una institución psiquiátrica de máxima seguridad, donde recibió tratamiento para su trastorno mental. Los reportes médicos de la época diagnosticaron a Gein con esquizofrenia paranoide, entre otros posibles desórdenes, dada su desconexión de la realidad y la naturaleza delirante de sus actos. Cabe señalar que mientras Ed Gein permanecía bajo custodia, su infame casa en la granja de Plainfield fue misteriosamente consumida por un incendio hasta quedar reducida a cenizas – se sospechó que pudo ser un acto deliberado de algún vecino indignado, decidido a borrar del mapa aquel escenario de pesadillas.
Gein pasaría los siguientes 10 años confinado y bajo evaluación psiquiátrica. En 1968, tras una década de tratamiento, un panel de médicos evaluó que su estado se había estabilizado lo suficiente como para que enfrentara por fin un juicio. Ese año, Ed Gein fue llevado ante la corte del condado para ser juzgado formalmente por el asesinato de Bernice Worden (el único homicidio por el que se le imputó oficialmente, dado que en el caso de Mary Hogan nunca fue acusado). El juicio, seguido con gran atención mediática, duró sólo una semana. Gein fue declarado culpable de asesinato en primer grado; sin embargo, el veredicto reconoció su enfermedad mental, por lo que fue considerado no responsable penalmente debido a su locura. En lugar de la pena de muerte o una condena convencional, el juez ordenó que Ed Gein permaneciera internado de por vida en una institución mental. Así, Gein fue devuelto al Hospital Central y posteriormente trasladado al Instituto de Salud Mental de Mendota, en Madison, Wisconsin, donde vivió el resto de sus días.
Dentro del hospital psiquiátrico, Ed Gein llevó una existencia apagada pero relativamente tranquila. Los reportes del personal médico describieron que con el paso de los años se convirtió en un recluso modelo, cooperativo y obediente, dedicándose a pequeños quehaceres y manualidades en las instalaciones. En 1974, Gein incluso solicitó a través de sus abogados una libertad condicional, argumentando su buen comportamiento; sin embargo, una nueva evaluación psiquiátrica concluyó unánimemente que seguía siendo peligroso, y la petición fue denegada. Ed Gein murió finalmente de insuficiencia respiratoria el 26 de julio de 1984, a los 77 años, en el pabellón geriátrico del hospital de Mendota. Sus restos fueron enterrados discretamente en el cementerio de Plainfield, en la parcela familiar junto a la tumba de su madre y hermano. Su lápida fue vandalizada continuamente por curiosos (incluso robada como “souvenir” en una ocasión), por lo que a día de hoy su sepultura permanece sin marcar, un simple rectángulo de tierra anónimo en el cementerio de Plainfield, irónicamente, descansa en el mismo lugar donde alguna vez profanó tumbas para sus fines perturbadores.
Perfil psicológico de Ed Gein
La mente criminal de Ed Gein ha sido ampliamente estudiada por psiquiatras forenses, criminólogos y psicólogos, fascinados e horrorizados por igual ante su caso. Los expertos coinciden en que su retorcida conducta tuvo raíces profundas en su infancia traumática y en la anormal relación que mantuvo con su madre. Augusta Gein ejerció un control absoluto sobre Ed: desde niño le inculcó la idea de que el sexo era algo sucio y pecaminoso, y que las mujeres (todas salvo ella) eran criaturas viles que llevaban a la perdición. Este adoctrinamiento fanático, sumado al aislamiento social extremo en que lo crió, derivó en una dependencia patológica. Ed desarrolló lo que en psicología se denomina un complejo de Edipo exagerado: adoraba a su madre como figura divina y única fuente de amor, mientras albergaba resentimiento hacia cualquiera que amenazara esa unión simbiótica. Cuando Augusta murió en 1945, ese lazo se rompió de golpe; Ed, emocionalmente incapaz de lidiar con la pérdida, quedó sumido en la soledad absoluta y comenzó a alimentar fantasías macabras para mantener viva la presencia de su madre.
Diversos indicios señalan que Gein sufría de alucinaciones y delirios centrados en Augusta aún años después de fallecida. En sus confesiones, afirmó que a veces oía la voz de su madre regañándolo e incluso instándolo a matar. También reveló que su impulso de desenterrar cadáveres femeninos provenía del deseo de “recuperar” a su madre de alguna forma – buscaba cuerpos de mujeres de mediana edad que se le parecieran físicamente, en un intento retorcido de resucitar simbólicamente a Augusta. Los psiquiatras concluyeron que Ed Gein padecía un trastorno psicótico severo: suele clasificárselo como un asesino de tipo visionario, es decir, alguien impulsado por voces o visiones internas que le dictan sus crímenes. En su mente fracturada, Gein creía estar cumpliendo mandatos superiores (en este caso, la voz autoritaria de su madre difunta). Al mismo tiempo, mostraba conductas fetichistas extremas y una confusión de identidad sexual: confesó que confeccionaba “trajes” con piel de mujer para vestírselos, a veces por las noches, e imitar a Augusta – caminando por la casa con sus máscaras y ropajes de piel humana, fingiendo que su madre seguía viva. Este hallazgo estremecedor reveló que Gein no solo quería mantener la ilusión de su madre presente, sino literalmente convertirse en ella, suplantarla para aliviar la mezcla de amor, odio y culpa que sentía.
A pesar de sus perturbadoras obsesiones, las evaluaciones psicológicas formales indicaron que Gein no tenía discapacidad intelectual: obtuvo resultados dentro de la media de inteligencia en tests cognitivos, e incluso superiores en algunos aspectos. Sin embargo, sí presentaba graves deficiencias afectivas y sociales, con incapacidad para expresar emociones o entender plenamente las normas sociales. Su diagnóstico clínico principal fue de esquizofrenia paranoide, un trastorno mental caracterizado por delirios y alucinaciones, agravado en su caso por los traumas de su infancia y por una psicopatía centrada en la muerte. Cabe destacar que, aunque a veces se le tacha popularmente de “necrófilo” o “caníbal”, Ed Gein no practicó canibalismo ni actos sexuales con los cuerpos – su relación con los cadáveres era más bien ritual y fetichista (desollamiento, conservación de piezas) en lugar de sexual, según él mismo declaró.
Los psicólogos forenses han resumido los principales factores de riesgo que convergieron en la vida de Ed Gein y que lo llevaron a convertirse en un criminal tan atípico. Entre ellos destacan principalmente:
Hogar disfuncional y abuso en la niñez: Ed creció en un entorno familiar tóxico, marcado por un padre violento y alcohólico y una madre fanática y emocionalmente abusiva. Esta infancia de maltrato sentó las bases de su personalidad antisocial y su posterior violencia.
Aislamiento social extremo: durante su adolescencia, Gein prácticamente no tuvo relaciones sociales normales ni oportunidades de desarrollarse fuera del círculo materno. Esta falta de socialización lo incapacitó para empatizar con otros o adaptarse a las normas de la comunidad.
Retraimiento y fantasías mórbidas: tras quedar solo, Ed se refugió en un mundo de fantasía alimentado por las lecturas sensacionalistas (cómics, revistas de crímenes, etc.) y sus propias obsesiones. Cuanto más se aislaba, más crecían sus fantasías violentas y retorcidas, volviéndose progresivamente más despegado de la realidad. Estas fantasías macabras eventualmente sirvieron de catalizador para sus crímenes, cuando pasó del pensamiento a la acción.
En síntesis, Ed Gein encarna un caso extremo donde se combinó una enfermedad mental severa con factores socioculturales (educación puritana aberrante, aislamiento) para producir conductas criminales aberrantes. Su perfil psicológico ha sido estudiado en campos que van desde la criminología hasta la psiquiatría, ofreciendo un triste ejemplo de cómo la realidad puede superar a la más oscura ficción.
Legado cultural de Ed Gein
Aunque Ed Gein tuvo solo dos víctimas mortales confirmadas, su caso dejó una huella indeleble en la cultura popular por la macabra naturaleza de sus crímenes. La prensa sensacionalista de finales de los 50 lo bautizó con apodos siniestros como “El Carnicero de Plainfield”, y su granja pasó a ser conocida como “la casa de los horrores”. Durante años, titulares y revistas explotaron la historia, convirtiendo a Gein en una figura infame del folklore criminal estadounidense. Sin embargo, el legado más perdurable de Ed Gein ha sido la abundante inspiración que brindó a obras de ficción en literatura, cine y música, influyendo en la representación del “monstruo” en el imaginario colectivo del siglo XX.
En particular, varios personajes ficticios de películas de terror clásicas fueron parcial o totalmente inspirados en Ed Gein:
Norman Bates – el célebre antagonista de la novela “Psicosis” (1959) de Robert Bloch y de la posterior película homónima de Alfred Hitchcock (1960) está basado en Gein. La obsesiva relación de Norman con la memoria de su madre y sus acciones perturbadas (robar cadáveres, esconder un cadáver momificado) tomaron elementos directamente del caso Gein.
Leatherface – el asesino enmascarado de “La matanza de Texas” (The Texas Chain Saw Massacre, 1974) de Tobe Hooper está claramente inspirado en Gein. En la película, Leatherface usa una máscara hecha con piel humana y vive en una casa decorada con restos óseos, una imagen sacada de los hallazgos reales en la casa de Plainfield.
“Buffalo Bill” (Jame Gumb) – el asesino serial ficticio de “El silencio de los inocentes” (novela de 1988 y filme de 1991) secuestra mujeres para asesinarlas y confeccionar con su piel un traje femenino; esta macabra motivación provino del caso Gein, que buscaba crear un “traje de mujer” para ponerse en la piel de su madre.
Además de inspirar personajes compuestos, la propia vida de Gein ha sido llevada al cine en varias ocasiones. Por ejemplo, la película de culto “Deranged” (1974, titulada Trastornado en España), presenta un asesino ficticio llamado Ezra Cobb claramente basado en Ed Gein. Más directamente biográficas son “Ed Gein” (2000, conocida también como In the Light of the Moon), y “Ed Gein: The Butcher of Plainfield” (2007), que recrean con diferente fidelidad los crímenes y eventos en Plainfield. La fascinación cultural por Gein también alcanzó a la música: la banda de thrash metal Slayer le dedicó la canción “Dead Skin Mask” (del álbum Seasons in the Abyss, 1990), cuyas letras aluden a sus crímenes, y el grupo de nu-metal Mudvayne compuso el tema “Nothing to Gein” (2000) inspirado en su historia. Incluso décadas después de su muerte, Ed Gein permanece como un referente siniestro en el imaginario del horror: su nombre se ha convertido en sinónimo de asesino macabro en la cultura popular, recordándonos que a veces la realidad puede engendrar terrores más impactantes que cualquier ficción.
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